Hace unos días recibí uno de aquellos e-mails que,
primero, te alegran el día y te hacen un poquito más feliz para, a
continuación, amargarte de forma aguda (aunque transitoria) un poco la
existencia. Se trataba de una editora de una prestigiosa revista, pidiéndome
exquisitamente que escribiera un editorial sobre un artículo que yo mismo había
revisado para la revista… todo educación, amabilidad, alguna idea a desarrollar
e indicaciones sobre qué papel tienen los editoriales en esa revista… ¡y encima cobrando unas libras por la colaboración!. Aceptar
rápidamente fue mi primer impulso… ¿cómo no aceptar tal “propuesta deshonesta”?