dimarts, 30 de setembre del 2014

La chica de oro: en memoria de Alicia Llácer


“Quan érem capitanes!”. Alicia Llácer, Soledad Márquez, Ana M García e Isabel Sáez en Valencia, curso 89/90

Tuve la suerte de conocer a Alicia Llácer durante el año en el que juntas estudiábamos el Máster en Salud Pública del Insti­tut Valencià d'Estudis en Salut Pública (IVESP), allá por el curso 89/90, a tiempo completo, mañana y tarde, de lunes a viernes. Fueron muchos los bienes que me proporcionó este máster. Allí aprendí casi todo lo que sé (y la manera de seguir aprendiendo, y de querer seguir aprendiendo) de la Epidemiología y la Salud Pública. Muchos de los profesores han sido mis maestros. Entre los compañeros surgieron afectos y afinidades para toda la vida. Por casualidad (no nos conocíamos antes), el primer día de clase nos sentamos cuatro mujeres en la misma mesa: Isabel Sáez, Soledad Márquez, Alicia Llácer y yo misma. Y seguimos compartiendo mesa durante todo el año. Nos apodaron “las chicas de oro”, seguramente al rebufo de la famosa serie que por aquellos tiempos circulaba en televisión. Alicia, mujer pequeña y discreta, pronto nos regaló su cariño, que ha durado desde entonces. Desde entonces también, ella se ganó nuestro afecto y el respeto de todas. De una manera que siempre he querido tener bien presente, las cuatro, tan diferentes, nos complementábamos. Personalmente aprendí mucho de todas. Nuestro pragmatismo de buenas alumnas se desesperaba y maravillaba con las elucubraciones y cautelas de Alicia, especialmente cuando debíamos abordar cualquiera de los múltiples trabajos de clase, en algunos casos para entregar al día siguiente (uno de ellos, lo recuerdo bien, lo recordaremos todas siempre, lo terminamos in extremis en mi casa, tras pasar toda la noche en vela y acabar cortando por lo sano, para descontento de nuestra amiga Alicia e intranquilidad de todas nosotras). Recuerdo también bien cuando a mitad de alguna (o de todas, podría ser) de las clases de Epidemiología, Alicia se levantaba refunfuñando y regresaba oliendo a Ducados de tal forma que no se sabía si ella se había fumado un cigarrillo o el cigarrillo se la había fumado a ella.


Sole me llamó el pasado domingo, no me encontró en casa y dejó un mensaje. “Ha muerto Alicia, nuestra Alicia”. En mi caso ya sólo veía a Alicia en los congresos de la SEE, siempre divertida, atenta y cariñosa. La buscaba para oír sus comentarios sobre las mesas y presentaciones, y me gustaba mucho escucharla intervenir en las sesiones plenarias, algo que hacía pocas veces, yo creo que era bastante tímida, es seguro que se le quedaba mucho por decir. Pero siempre que hablaba, había que escucharla. Porque Alicia lo entendía todo y dudaba de todo, era curiosa e inquieta, como una buena estudiante, como debe ser cualquier persona joven, tengo el convencimiento de que Alicia fue joven toda su vida. Y con lo que decía nos hacía entender y dudar, y nos daba ganas de seguir aprendiendo y de seguir dudando. La última vez que hablé con ella estaba a punto de jubilarse. Yo la felicité (según entendí luego, torpemente) y le expresé mi alegría por la nueva vida que empezaba. Pero ella no estaba nada contenta: “Si no trabajo no veo gente, no hablo con la gente, lo echaré mucho de menos, sobre todo a los jóvenes, no sé qué voy a hacer”. Yo tampoco supe qué decirle. Los jóvenes que no la conocieron, todos los que no aprendieron, dudaron y trabajaron con ella, han perdido mucho desde que Alicia se fue. Y yo también. 

Ana M García, en nombre de todas.
En Valencia, a 22 de septiembre de 2014,
con Alicia en la cabeza, en los ojos y en el corazón.